Torre Loizaga

En el evocador paraje de Concejuelo de Galdames se alza una torre de defensa que hunde sus cimientos en una época en la que nobles hidalgos se disputaban el poder en las denominadas “Guerras Banderizas”, que por entonces asolaban el territorio de Bizkaia. En esta tierra, pródiga en casas solariegas y torres fortificadas, organizaba su defensa el influyente linaje de los Ochoa García de Loyzaga en torno al que fuera su bastión familiar, hasta ser abatido a manos de bandos rivales en el siglo XIV.

Los vestigios de la casa-torre retomarían el curso de la historia para dar vida a una idea que iría tomando cuerpo a lo largo de tres décadas de trabajo desbordante de imaginación y de ímpetu. El audaz empresario encartado Miguel de la Vía –pintor de románticos paisajes, pianista y acordeonista de talento- reunía el genio y facultades necesarias para acometer la tarea de recobrar un enclave antaño hostil y dotarlo de un nuevo significado histórico. Fue así como la recreación de unas ruinas medievales desembocaría en un escenario donde confluyen una vibrante naturaleza, una extraordinaria construcción y un proyecto personal irrepetible.

En torno a los viejos muros de la torre, fueron convocados maestros canteros para dar forma a una nueva construcción, que avanzaba de manera artesanal, bajo la guía de los bocetos dibujados por el artífice de tal empresa. Las piedras por ellos cortadas conformarían gruesos muros dispuestos a arañar el cielo desde una altura de veinticinco metros que, coronados por una hilada de almenas ya sin función defensiva, se convertirían en placentera atalaya. Paso a paso, la fortificación se iba impregnando de aires medievales a medida que su fachada se iba adornando de estrechas ventanas y troneras. En la base, un foso ajardinado era atravesado por un puente levadizo que conduce a un portón blasonado, mientras que tres hileras de murallas fueron erigidas para custodiar la torre y cercar todas las edificaciones adyacentes.

El exterior se halla coloreado por grandes espacios de hierba, salpicados por bellos árboles, siendo protagonista aquél cuyo fruto protector ha sido consagrado a tantos dioses por milenarias civilizaciones. Centenarios olivos hacen honor a su condición de símbolos de la victoria y de la vida, al haber sido capaces de arraigar y prosperar en una tierra igualmente testigo de tiempos remotos.

Y en paralelo, un nuevo proyecto pugnaba por asomarse a la realidad. La temprana afición y pasión por los por los coches impulsó a Miguel de la Vía a concebir lo que estaba llamado a convertirse en una magnífica “Colección de Coches Antiguos y Clásicos”, reconocida de modo unánime como una de las mejores colecciones privadas del mundo.

Brilla con luz propia la excelente y selecta “Colección Rolls-Royce”, compuesta por cuarenta y cinco ejemplares, fieles a la divisa de la casa consistente en buscar la perfección en cada detalle. Excelente porque en ella se dan cita todos los modelos fabricados por la firma británica desde sus comienzos hasta su adquisición por un grupo automovilístico alemán en los años noventa. Selecta porque el motivo y fundamento de la colección está basado en el más ilustre e insigne de todos los automóviles que, en perfecta armonía, convive con otra insoslayable colección de marcas de prestigio.

Receptora habitual de visitas de grupos y colectivos de diversa índole, interesados en contemplar la colección de coches, cabe hacer mención de un acto que tuvo lugar en la Torre a raíz de la apertura del Museo Guggenheim en 1997. Al margen de la inauguración oficial en Bilbao, se ofreció una cena de gala a representantes y patronos de la Fundación Guggenheim de Nueva York y a diversas celebridades del mundo del arte y del cine, que tuvieron la oportunidad de estampar su firma en el Libro de Honor de visitantes.

Firma que lógicamente no tendría ocasión de plasmar otro ilustre visitante de la vecina localidad de Montellano, el escritor Antonio Trueba. Más de un siglo ha transcurrido desde que buscara inspiración ante los muros de la torre, “la reina orgullosa”, para rendirle su particular homenaje. En su primera y juvenil poesía -“A la Torre de Loizaga”- llegaba a declarar con ardor que “por trono tienes la cumbre donde te alzas majestuosa”.


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